Cristo ya está cerca, propósito del sitio

Los cristianos creemos firmemente en el regreso triunfal de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo prometió Él mismo en persona. 

Lo sustancial, claro está, es su propia vuelta; pero antes de llegar definitivamente, nos confesó que habrían de venir tiempos oscuros, nos habló de una gran apostasía, de la aparición de falsos profetas que engañarían a muchos, e incluso nos habló del Anticristo. Según sus palabras: «En aquellos días, después de esta angustia, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, las estrellas caerán del cielo y las columnas del cielo se tambalearán. Entonces aparecerá en el cielo la señal del hijo del hombre; todas las tribus de la tierra se golpearán el pecho y verán venir al hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y mandará a sus ángeles con potentes trompetas, y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos desde uno a otro extremo del mundo» (Mateo 24, 29-31). Pero también se cuidó en decirnos que aquel día y aquella hora nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

Y a pesar de ello, nos lanzó una invitación. Nos advirtió sobre la necesidad de permanecer alerta, de orar sin desfallecer para no caer en tentación, y a su vez, nos animó a estar atentos a los signos de los tiempos; porque «habrá una angustia tan grande como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora ni la habrá jamás» (Mateo 24, 21). Y es entonces cuando dice: «Aprended del ejemplo de la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y echan hojas, conocéis que el verano se acerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que él ya está cerca, a las puertas» (Mateo 24, 32-33).

Tras resucitar y subir a los cielos, en contra de lo que parece no nos abandonó a nuestra suerte. En absoluto. Nos dejó, de entrada, su cuerpo en la Eucaristía, y la promesa de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28, 20). La diferencia entre la primera venida y la última reside en que a su regreso el Señor impondrá de modo total su voluntad, hundiendo eternamente al diablo y los demás ángeles caídos en el infierno. 

¿Falta mucho para eso? ¿Cómo de maduros están realmente los tiempos? Lejos o cerca del final, a los cristianos nos debe hacer reflexionar la parábola de la higuera. Pues enviados como corderos en medio de lobos (Lucas 10, 3), la esperanza de su regreso alivia el peso que ejerce el mundo sobre nosotros, ya que por su causa nos odiarán todos los pueblos de la Tierra (Mateo 24, 9). Mientras tanto, en este blog, un soldado raso cualquiera de los pocos con los que cuenta Cristo, defenderá, con los talentos que Dios le ha dado, la Verdad más grande de todas.

¡Arriba, Ejército de Jesucristo!