1 Juan
3, 13: «No os extrañéis si el mundo os odia».
Juan
16, 33: «En el mundo tendréis tribulaciones; pero tened ánimo, que yo he
vencido al mundo».
Juan
16, 2: «Se acerca la hora en que os quitarán la vida creyendo que con ello dan
culto a Dios».
Mateo
10, 26-28: «No les tengáis miedo, porque no hay nada tan oculto que no se
llegue a descubrir, y nada tan secreto que no se llegue a saber. Lo que os digo
en la oscuridad decidlo a plena luz, y lo que oís al oído predicadlo sobre las
terrazas. No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el
alma; temed más bien al que puede perder el alma y el cuerpo en el fuego».
Mateo
10, 32-33: «Al que me confiese delante de los hombres, le confesaré también yo
delante de mi Padre celestial; pero al que me niegue delante de los hombres, yo
también lo negaré delante de mi Padre celestial».
Mateo
24, 9: «Por mi causa os odiarán todos los pueblos».
Marcos
14, 27: «Todos tendréis en mí ocasión de caída».
Lucas
10, 3: «Mirad que yo os envío como corderos en medio de lobos».
Mateo
26, 41: «Velad y orad para que no caigáis en tentación».
Juan 3,
19: «La causa de la condenación consiste en que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas».
Juan 8,
12: «Jesús les habló de nuevo: Yo soy la luz del mundo».
Juan
12, 46-47: «Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no
quede en tinieblas. Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues
no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no
acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue».
Juan 3,
36: «El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el
hijo no verá la vida».
1 Pedro
4, 12-16: «No os extrañéis, como si fuera algo raro, de veros sometidos al
fuego de la prueba; al contrario, alegraos de participar en los sufrimientos de
Cristo, para que, asimismo, os podáis alegrar gozosos el día en que se
manifieste su gloria. Dichosos vosotros si sois ultrajados en nombre de Cristo,
pues el Espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, alienta en vosotros.
Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por ser homicida, ladrón, malhechor o
por mezclarse en asuntos ajenos; pero si padece por ser cristiano, no se
avergüence, antes al contrario, dé gracias a Dios porque lleva este nombre».
Mateo
16, 13-17: «Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus
discípulos: “¿Quién es el hijo del hombre?” Ellos le dijeron: “Unos, que Juan
el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas”. Él
les dijo: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Simón tomó la palabra y dijo:
“Tú eres el mesías, el hijo del Dios vivo”. Jesús le respondió: “Dichoso tú,
Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre,
sino mi Padre que está en los cielos».
Mateo
11, 6: «¡Dichoso el que no se escandalice de mí».
«En nuestra época el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio no es tanto el de ser ahorcados, ahogados o descuadernados, sino que a menudo implica ser tildados de irrelevantes, ser ridiculizados o ser objeto de burla».
Benedicto XVI, 18 de septiembre de 2010 (Londres)